Viaje a lo desconocido
Poco y nada es lo que conocemos del Pato, el deporte nacional. El imaginario popular tiene en cuenta que esta disciplina se practica a caballo, que es muy parecida a otra práctica ecuestre, el polo, y, por supuesto, que, hasta hace no muchos años, los jinetes galopaban con un pato vivo en la mano, agarrado del cuello, ya que el animal era, para que se entienda, el balón del juego.
Estas escasas características son las únicas que mayormente se conocen de un deporte que, este siglo, cumplirá 500 años de existencia. Aunque, la conmemoración en cuestión no presenta una fecha exacta, ni siquiera hay un año que se pueda tomar como referencia, y tampoco está relacionada con algún apellido, o nombre, asociado a su implementación. Demasiado raro para ser algo tan argentino.
Para la llegada de las primeras campañas de los españoles en los terrenos linderos al Río de la Plata, ni siquiera había caballos en toda la región. En 1536, año de la primera fundación, y posterior destrucción, del puerto denominado Santa María del Buen Ayre, Pedro de Mendoza construyó un asentamiento, bastante precario, ubicado en medio de varias poblaciones de comunidades autóctonas. En fin, la campaña fue un fracaso y sólo quedaron anécdotas y ruinas de un proyecto frustrado.
Cinco años más tarde, Domingo Martínez de Irala, otro de los conquistadores españoles que arribaron a la zona, abandonó algunos animales (Los documentos hablan de cinco yeguas y siete padrillos), cuyo número se incrementó, de manera espectacular, ya que, al proceso de reproducción de los mismos, se le sumaron los especímenes que arribaron en las expediciones lideradas por Álvar Núñez Cabeza de Vaca y Diego de Rojas, ambos en 1842, y, más tarde, por Juan Núñez del Prado, en 1851. Cabe destacar que, hasta entonces, el caballo era una especie inédita en estos pagos.
Así, el número de estos caballos aumentó, en 30 años, de siete a 80 mil, en lo que respecta sólo a 145 km. Los escritos de la época hablan de superficies enormes (“ancha y larga, donde no se halla una tan sola piedra”, detallaba el Gobernador del Río de la Plata, Valdés de la Banda), cubiertas por caballos (cimarrones) que vagaban salvajes. Un año antes, en 1580, Juan de Garay fundaba Buenos Aires, por segunda vez, y definitiva.
En cuanto a la aparición del Pato en el territorio, las primeras crónicas se remiten a los festejos por el 30° aniversario de la fundación de Buenos Aires, en 1610. Allí, Félix de Azara brindó las primeras descripciones acerca de los que él señaló como una “corrida”.
“Se juntan dos cuadrillas de hombres de a caballo y se señalan dos sitios apartados, como de una legua (cinco kilómetros). Luego cosen un cuero en el que se ha introducido un pato vivo que deja la cabeza afuera, teniendo el referido cuero dos o más asas o manijas, de las que se toman los dos más fuertes de cada cuadrilla, en la mitad de la distancia de los puntos asignados, y metiendo espuelas tiran fuertemente hasta que el más poderoso se lleva el pato, cayendo su rival al suelo si no lo abandona. El vencedor echa a correr y los del bando contrario lo siguen y lo rodean hasta tomarlo de alguna de las manijas, tiran del mismo modo, quedando al fin vencedora la cuadrilla que llego con el pato al punto señalado".
Además, manuscritos jesuitas señalan que, también en 1610, durante las festividades por la beatificación del fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola, celebrada con distintos actos, los asistentes disfrutaban de los encuentro de pato que allí tenían lugar.
Sin embargo, la práctica del Pato no fue una cuestión exclusiva de los españoles y criollos. La influencia que los jesuitas de Córdoba generó que las tribus de la zona (En los textos se nombran a los calchaquíes y a los huachipas), aunque en contadas ocaciones, practicaran la actividad.
De esta manera, el Pato se consolidó como una disciplina tradicional y popular, tanto que el novelista argentino William Henry Hudson aseveró que “el Pato era el entretenimiento más popular practicado al aire libre en la Argentina”.
Por otra parte, lo que más llama la atención acerca de este juego es lo misterioso e incierto de sus inicios y su concepción.
Entre los años 1550 y 1580, la ya citada etapa de masiva reproducción de los caballos que fueron abandonados alrededor de la zona donde ocurrió la primera fundación de Buenos Aires, tendría que datarse la creación del Pato, ya que su actividad había sido registrada para la segundo establecimiento de la actual capital de Argentina. Pero, nunca fue hallado algún escrito o testimonio que hiciese referencia a los inicios de este deporte. Ni siquiera alguna historia tradicional acerca de ello.
Pese a ellos, se piensa los criollos que se establecieron en la zona, o sus descendientes, podrían haber sido quienes empezaron a desarrollar este deporte, luego de la salida, por no decir huída, de gran cantidad de los primeros conquistadores que llegaron al Río de la Plata. La injerencia de las tribus locales en la creación de la disciplina sería considerada nula, debido a que no había caballos en sus territorios, y desconocían su dominio.
Desde entonces, el origen del Pato, conjunto con la identidad de sus inventores, ha sido todo un misterio. Así como, también, resulta extraño saber que la disciplina no contaba con un reglamento específico sobre su forma de juego, o acerca de ciertas cuestiones básicas como, por ejemplo, la medida del campo de juego, la cantidad de jinetes, entre otras.
Años más tarde, vendrán los tiempos de la prohibición, el olvido, la reivindicación, los cambios y el, por ahora, alejamiento del Pato de los sectores populares, aquellos que, a lo largo de las interminables jornadas festivas en los pueblos y los asentamientos rurales, lo conformaron como un ícono de su culturales y su tradición.
Pero eso, lo vemos otro día…