La excusa perfecta
La excusa perfecta para hablar del Pato surgió, semanas atrás, cuando la marca de indumentaria deportiva Topper comenzó una campaña para que se declare al fútbol como el “Deporte Nacional”. Si bien, para lograr su cometido, la empresa apela a la enorme popularidad que tiene la disciplina en todos los rincones del país, cuestión que podemos verificar, además, en el seno de la totalidad de los estratos sociales. El resto de los argumentos están dirigidos a estadísticas que se encuentran bastante distantes de las tradiciones argentinas.
En un recuento de las seis justificaciones enumeradas, se resalta la carencia intelectual e histórica de las mismas. Los primeros tres motivos seleccionados para la consolidación de esta propuesta están referidos a la cantidad de títulos que han conseguido los equipos argentinos, a nivel selecciones y clubes, en el plano internacional. No hay nada que se encuentre más alejado del buen espíritu deportivo que contar, uno por uno, los éxitos propios como carta de presentación.
Luego, el cuarto punto, y quizás el más insólito de todos, apunta a la cantidad de hombres que consumen o se apasionan con fútbol. Dos hechos de este motivo (Aunque no reúne siquiera los mínimos requisitos para ser denominado como tal) lo hacen aún más increíble (No por su naturaleza deslumbrante, sino por la poca idoneidad que conlleva para ser considerado como un argumento más).
Por un lado, para efectuar la estadística en cuestión, se ejerce una discriminación absoluta de todo el espectro femenino de la República Argentina. Ahora bien, a raíz de esto surge una infinidad de interrogantes para la compañía, pero que se resumirán en los dos más importantes. ¿A ninguna le gusta el fútbol, o siquiera tiene simpatía por algún conjunto, o por la mismísima selección nacional?. Y, si se intenta imponer a una disciplina como deporte nacional, ¿por qué se procede a una eliminación, sin ninguna razón a la vista, de más de la mitad de la población del país?.
En otro orden, a pesar que seguimos en este extraño punto, Topper indica que el “62% de los hombres entre 13-75 años son fanáticos (van a la cancha regularmente) o miran fútbol por TV como algo habitual”. En principio, 62% es un número poco ambicioso, muy austero e insuficiente para consolidad al fútbol, recordando siempre existe la referencia a una porción pequeña de encuestados (hombres entre 13-75 años) respecto de la población total de la nación.
Ahora bien, si se me permite la licencia, quisiera destacar una definición que brinda la empresa de indumentaria. Según ellos, fanáticos son, únicamente, las personas que concurren a la cancha regularmente. Sin embargo, no se tiene en cuenta que existen algunas restricciones, tales como proximidad geográfica, posibilidades económicas o, como sucede en algunos clubes, poder acceder a entradas por el simple hecho de ser o no socio de la entidad.
De manera que, si alguien vive en algún pueblo aislado de la Patagonia, aunque se desviva por su equipo, y conozca todo acerca de su historia y actualidad, nunca podrá ser considerado como un fanático del fútbol. Sí lo será algún que otro fiel abonado, a una platea o al palco, que concurre al estadio, todos los partidos, sólo por tener o buscar negocios con el club, en especial por el manejo de los jugadores. También, si seguimos estos conceptos, los barrabravas son fanáticos.
Por último, Topper alude a la gran cantidad de adolescentes que practican la disciplina con frecuencia, pero no se muestra el porcentaje cuántos de ellos son federados. Además, se recurre a distinguir al fútbol argentino como “el semillero del mundo”, cuestión que, desde hace muchos años, está en disputa los vecinos del norte, ya que hay una cantidad de jugadores brasileños esparcidos por todos los rincones y clubes del globo.
Así, bajo estas consignas que, sobre todo, apelan a la banalidad y la demagogia, se intenta imponer, desde lo mediático, al fútbol como el deporte nacional. Se trata, hay que admitirlo, de una buena campaña de marketing que, seguramente, posicionará muy bien a la empresa en el mercado y le generará un aumento de sus ventas.
Sin embargo, Topper se ha salteado una serie de justificativos que van más allá de lo emotivo y de algunas cuestiones sólo relacionadas con el arraigo popular. El fútbol se encuentra muy lejos de otras disciplinas que se han practicado en estos suelos, desde muchísimos años antes de la idea de los ingleses con las pelotas y los arcos.
En síntesis, una serie de sucesos, relacionados con lo simbólico y el arraigo histórico, son los que han afirmado al pato como deporte nacional, además de su misteriosa e indocumentada irrupción por estos pagos, cerca de unos 500 años atrás, aunque no hay una fecha exacta ni nombres relacionados a la misma.
Con un pasado lleno de interrogantes, reivindicaciones, censuras y olvido, en próximas ediciones se tratará de explicar la forma en que el pato se transformó en Deporte Nacional, y la razón por la cual ninguna otra disciplina, en especial el fútbol, está en condiciones de hacerle sombra.
Quizá el Bicentenario, instancia de revolución de la historia y de la cultura de nuestro pueblo (O, por lo menos, así lo quieren vender), sirva como puntapié inicial de una nueva irrupción del Pato en la escena de las tradiciones nacionales. Sería la excusa perfecta.
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