EL FUSILADO QUE VIVE (Y JUEGA)
El sábado por la mañana, en el marco de su preparación futbolística de cara al comienzo del Torneo Argentino A, Deportivo Maipú, de Mendoza, venció, en un amistoso, al humilde Andes Talleres por 2 a 0.
Sin embargo, la importancia que tuvo este encuentro fue el regreso de Carlos Azcurra a la práctica deportiva de alto rendimiento. El defensor se desempeñó como zaguero central, y las crónicas cuentan que fue una de las figuras del partido.
Con muchos adjetivos se puede calificar el camino que Azcurra transitó para poder volver a las canchas. No sólo tuvo que pasar instancias de superación física, también, el desempleo, el abandono y la injusticia forman parte crucial en esta historia.
Ya lejos queda la tarde mendocina del 11 de septiembre de 2005. San Martín y Godoy Cruz disputaban una edición más del clásico provincial. El anecdótico resultado final (3 – 0 ganó Godoy Cruz) sólo sería una muestra, a futuro, del distante devenir entre ambas instituciones (Mientas que el Santo naufraga en las categorías menores de ascenso, el Tomba ostenta una posición más que cómoda en la Primera División).
Luego del tercer tanto, parte de la hinchada de San Martín comenzó a realizar disturbios. La policía provincial respondió con gases y balas de goma. Azcurra, quien llevaba la 6 en su espalda, corrió hasta aquel sector, junto con sus compañeros, para intentar frenar las agresiones. Los futbolistas temían por el bienestar de sus familiares.
En el medio del descontrol, el cabo Marcial Maldonado disparó a quemarropa 17 perdigones de goma sobre cuerpo de Azcurra, a sólo 20 centímetros de distancia. Inmediatamente, fue asistido por los médicos de ambos equipos y, acto seguido, trasladado de urgencia al hospital más cercano. En todo ese tiempo, Azcurra nunca perdió la conciencia.
Sin embargo, la importancia que tuvo este encuentro fue el regreso de Carlos Azcurra a la práctica deportiva de alto rendimiento. El defensor se desempeñó como zaguero central, y las crónicas cuentan que fue una de las figuras del partido.
Con muchos adjetivos se puede calificar el camino que Azcurra transitó para poder volver a las canchas. No sólo tuvo que pasar instancias de superación física, también, el desempleo, el abandono y la injusticia forman parte crucial en esta historia.
Ya lejos queda la tarde mendocina del 11 de septiembre de 2005. San Martín y Godoy Cruz disputaban una edición más del clásico provincial. El anecdótico resultado final (3 – 0 ganó Godoy Cruz) sólo sería una muestra, a futuro, del distante devenir entre ambas instituciones (Mientas que el Santo naufraga en las categorías menores de ascenso, el Tomba ostenta una posición más que cómoda en la Primera División).
Luego del tercer tanto, parte de la hinchada de San Martín comenzó a realizar disturbios. La policía provincial respondió con gases y balas de goma. Azcurra, quien llevaba la 6 en su espalda, corrió hasta aquel sector, junto con sus compañeros, para intentar frenar las agresiones. Los futbolistas temían por el bienestar de sus familiares.
En el medio del descontrol, el cabo Marcial Maldonado disparó a quemarropa 17 perdigones de goma sobre cuerpo de Azcurra, a sólo 20 centímetros de distancia. Inmediatamente, fue asistido por los médicos de ambos equipos y, acto seguido, trasladado de urgencia al hospital más cercano. En todo ese tiempo, Azcurra nunca perdió la conciencia.
Azcurra estuvo 8 días internado en terapia intensiva y una semana en sala común. El primer parte médica informaba que Azcurra tenía “fracturas costales derechas, desgarro en el pulmón derecho, en el lóbulo inferior y en el músculo diafragma. Además padece contusión hepática”. El resultado fue la pérdida del 30 % de su pulmón derecho y el diafragma roto.
Su recuperación física, que sería larga, continuó en Buenos Aires. Azcurra, se instaló en el Instituto de Medicina del Deporte y Rehabilitación (IMDYR), que depende de la entidad Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA). Vale destacar que este organismo acompañó a Azcurra durante todo el proceso de rehabilitación y le proveía algo de dinero.
También, tanto su club, como las autoridades del Gobierno provincial se pusieron a disposición de las necesidades del deportista.
Pero, San Martín lo dejó libre a menos de un año del incidente, ya que Azcurra tenía contrato hasta junio de 2006. Usualmente, las entidades deportivas suelen ofrecerle al damnificado un puesto laboral, en casos de lesiones graves, accidentes e, incluso, diagnósticos que decretan la invalidez del profesional. Además, se le adeudaba una buena cantidad de dinero.
Asimismo, y pese a las promesas del entonces Gobernador de Mendoza, Julio Cobos (¿Les suena?), Azcurra nunca recibió una indemnización voluntaria, ni obtuvo un lugar en la Secretaría de Deportes de la Provincia.
A menos de un año de haber sido gravemente herido, los médicos le aconsejaron que dejara la actividad de alto rendimiento. Dirigió durante dos años al Deportivo Algarrobal, pero se agotó y decidió dejarlo. Su situación económica iba de mal en peor y tenía el ánimo por el piso. No podía disfrutar del fútbol y se le hacía muy complicado mantener a su familia.
Para colmo, la justicia no llegaba. Maldonado fue excarcelado al poco tiempo del partido, y cumplía funciones administrativas dentro de la policía. Al mismo tiempo, la carátula de la causa contra el cabo había cambiado de “homicidio en grado de tentativa” a "lesiones culposas".
Sin embargo, en 2008 todo comenzó a cambiar. El juicio por fin tuvo inicio, y pese a las artimañas que ponía la defensa en el caso, todo pudo llegar a buen puerto. Maldonado fue condenado a tres años de prisión en suspenso y dos de inhabilitación para ejercer cargos públicos, bajo la carátula de lesiones graves por uso de arma de fuego, agravada por la función policial y por la ley de espectáculos deportivos.
En 2009, Azcurra recibió más de 300 mil pesos en calidad de indemnización, luego de haberle ganado una demanda al Estado Provincial. La justicia, por fin, había llegado.
Además, por esos días de 2008, Deportivo Maipú lo convocó para que formase parte del primer equipo y Azcurra, supervisado por el médico del club, comenzó a entrenarse. Los estudios y el progreso físico del jugador iban de la mano.
A dos años de haber comenzado la recuperación, el doctor Juan Noseda ratificó que Azcurra podía regresar a la práctica deportiva de alto rendimiento. Ya lo hizo, pero falta aún que sea por los puntos, como en aquella tarde mendocina de septiembre de 2005.
Lamentablemente, como el olvido forma parte de la corta y traicionera memoria del fútbol argentino, esta historia es casi anecdótica y, con certeza, no ocupa el lugar que se merece. El juego constante de injusticias, negligencias y promesas incumplidas pareciera ser algo normal, siempre presente en los distintos ámbitos de la cotidianeidad argenta.
Pasaron casi 5 años para que se recuerde la historia de vida de Carlos Azcurra. Ejemplar desde donde se la mire. Un tipo que, incansable, venció a la injusticia de la Justicia y el Estado. Un hombre que nunca dejó de preocuparse por el bienestar propio y de los suyos. Un deportista que volvió al fútbol, luego de una sentencia irreversible de retiro obligatorio. Un fusilado que vive y juega.
Su recuperación física, que sería larga, continuó en Buenos Aires. Azcurra, se instaló en el Instituto de Medicina del Deporte y Rehabilitación (IMDYR), que depende de la entidad Futbolistas Argentinos Agremiados (FAA). Vale destacar que este organismo acompañó a Azcurra durante todo el proceso de rehabilitación y le proveía algo de dinero.
También, tanto su club, como las autoridades del Gobierno provincial se pusieron a disposición de las necesidades del deportista.
Pero, San Martín lo dejó libre a menos de un año del incidente, ya que Azcurra tenía contrato hasta junio de 2006. Usualmente, las entidades deportivas suelen ofrecerle al damnificado un puesto laboral, en casos de lesiones graves, accidentes e, incluso, diagnósticos que decretan la invalidez del profesional. Además, se le adeudaba una buena cantidad de dinero.
Asimismo, y pese a las promesas del entonces Gobernador de Mendoza, Julio Cobos (¿Les suena?), Azcurra nunca recibió una indemnización voluntaria, ni obtuvo un lugar en la Secretaría de Deportes de la Provincia.
A menos de un año de haber sido gravemente herido, los médicos le aconsejaron que dejara la actividad de alto rendimiento. Dirigió durante dos años al Deportivo Algarrobal, pero se agotó y decidió dejarlo. Su situación económica iba de mal en peor y tenía el ánimo por el piso. No podía disfrutar del fútbol y se le hacía muy complicado mantener a su familia.
Para colmo, la justicia no llegaba. Maldonado fue excarcelado al poco tiempo del partido, y cumplía funciones administrativas dentro de la policía. Al mismo tiempo, la carátula de la causa contra el cabo había cambiado de “homicidio en grado de tentativa” a "lesiones culposas".
Sin embargo, en 2008 todo comenzó a cambiar. El juicio por fin tuvo inicio, y pese a las artimañas que ponía la defensa en el caso, todo pudo llegar a buen puerto. Maldonado fue condenado a tres años de prisión en suspenso y dos de inhabilitación para ejercer cargos públicos, bajo la carátula de lesiones graves por uso de arma de fuego, agravada por la función policial y por la ley de espectáculos deportivos.
En 2009, Azcurra recibió más de 300 mil pesos en calidad de indemnización, luego de haberle ganado una demanda al Estado Provincial. La justicia, por fin, había llegado.
Además, por esos días de 2008, Deportivo Maipú lo convocó para que formase parte del primer equipo y Azcurra, supervisado por el médico del club, comenzó a entrenarse. Los estudios y el progreso físico del jugador iban de la mano.
A dos años de haber comenzado la recuperación, el doctor Juan Noseda ratificó que Azcurra podía regresar a la práctica deportiva de alto rendimiento. Ya lo hizo, pero falta aún que sea por los puntos, como en aquella tarde mendocina de septiembre de 2005.
Lamentablemente, como el olvido forma parte de la corta y traicionera memoria del fútbol argentino, esta historia es casi anecdótica y, con certeza, no ocupa el lugar que se merece. El juego constante de injusticias, negligencias y promesas incumplidas pareciera ser algo normal, siempre presente en los distintos ámbitos de la cotidianeidad argenta.
Pasaron casi 5 años para que se recuerde la historia de vida de Carlos Azcurra. Ejemplar desde donde se la mire. Un tipo que, incansable, venció a la injusticia de la Justicia y el Estado. Un hombre que nunca dejó de preocuparse por el bienestar propio y de los suyos. Un deportista que volvió al fútbol, luego de una sentencia irreversible de retiro obligatorio. Un fusilado que vive y juega.
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