jueves, 6 de mayo de 2010

El Pato: Historia de una desconocida tradición (III)

Donde habita el olvido

Luego de la pausa de varios días, retomamos el viaje por la historia del Pato, el deporte nacional y, según los historiadores, “el entretenimiento más popular practicado al aire libre en la República Argentina”.

A manera de síntesis rápida: La aparición de la disciplina, en suelo argentino, no fue documentada, y no se la relaciona con algún nombre, año o lugar. Lo único que se conoce es que, con los caballos que habían sido introducidos por los conquistadores españoles, los criollos desarrollaron un nuevo juego, aunque sin reglamento. Con el paso del tiempo, este popular entretenimiento fue aceptado por los colonizadores, como una tradición propia de estos pagos.

Con permiso de la historia, pasaremos de 1610 hasta mediados del siglo XVIII. En ese entonces, el Pato era, sin ninguna duda, la práctica más popular que había. Pero, la falta de normas para su desempeño ayudó para que los sectores más conservadores alzaran sus voces en contra.

Igualmente, había demasiadas razones para considerar esta práctica como sanguinaria. El peligro era siempre latente, y las consecuencias, muchas veces fatales, no se ocultaban a los ojos de la multitud. En los casos más usuales, los gauchos morían en caídas de sus caballos, por el mismo golpe o aplastados por las patas de los cuadrúpedos. También, en ciertas ocasiones, las corridas terminaban a cuchillazos.

En 1739, la primer censura del Pato, levantada por la Iglesia, tuvo lugar en Santiago del Estero. A las autoridades religiosas y civiles les disgustaba que la anarquía, característica del deporte, llevara a los jinetes a realizar cualquier locura con tal de obtener la victoria.

Años más tarde, en 1796, el clero local redactó la “Historia de Nuestra Señora de Luján”. En el documento, se ordena a los feligreses que se abstengan de practicar el Pato, con la amenaza de ser excomulgados, si así no lo hiciesen. Además, no se le concedería cristiana sepultura a quien falleciera en un campo de juego.

En tanto que, la primera reprimenda desde el ámbito político, luego de los ya mencionados llamados de atención por parte de las instituciones religiosas, se dio en 1790. El Virrey Nicolás de Arredondo prohibió la práctica de la actividad, aunque el acatamiento a la medida no perduró en el tiempo.

Sí lo hizo la pauta dictada por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Martín Rodríguez, en 1822 (El vertiginoso paso de los años se debe a que la sociedad colonial, entre 1800 y 1820, estuvo preocupada por asuntos políticos – Invasiones inglesas; Revolución de Mayo; Asambleas representativas; Guerras independentistas; Declaración de la Independencia, entre otros tanto acontecimientos significativos - que excedían a la evaluación de posibles penas a quienes incurrieran en el nuevo delito deportivo). Para homologar la sanción, Rodríguez se apoyó en su hombre de confianza y Ministro Secretario de Relaciones Exteriores y Gobierno, el controvertido Bernardino Rivadavia (Años más tarde, Rivadavia adquirió un sillón, muy cotizado en la actualidad).

"Todo el que se encuentre en este juego, por la primera vez será destinado por un mes a los trabajos públicos; por dos meses en la segunda, y por seis en la tercera". Además, dicha norma alude que los vándalos, también, debían pagar una indemnización por los daños que generen. Por último, vale destacar que, los responsables de hacer cumplir esta ley eran los jueces, los alcaldes y la policía.

Así, comenzó un proceso sombrío para el Pato. La restricción fue ratificada durante los años de influencia de Rosas en Buenos Aires (1828 – 1852). La vida cotidiana se había alejado, mucho, de la vieja tradición de estos lares. Las escasas menciones del deporte dentro de la literatura gauchesca lo hacen evidente.

Sólo Mitre, gran exponente de nuestras letras, recuerda a la disciplina en sus poemas. Aunque, a manera de reflexión, indicó que "el juego del pato no existe ya en nuestras costumbres, es ya una reminiscencia lejana. Prohibido severamente por las desgracias personales a que daba motivo, el pueblo lo ha dejado poco a poco, sin olvidarlo del todo". El resto del tiempo, el olvido y la oscuridad envolvieron al desarrollo de la actividad. Sólo el boca a boca, transmisión de la desaparecida tradición, la mantenía en las memorias de los paisanos.



Otra vez, la falta de novedades en la historia del Pato obliga a viajar unos 115 años desde su prohibición de 1822. Es decir, recién en 1937 se halla la vuelta del deporte a la escena nacional.

Por ese entonces, un estanciero, Alberto del Castillo Posse, quien oficiaba de Jefe de Seguridad de la ciudad de La Plata, encabezó un partido de exhibición junto con un grupo de deportistas calificados. Para llevarlo a cabo, había ajustado al juego algunas reglas propias del polo, con el fin de evitar la anarquía que reinaba las prácticas del pasado.

Al finalizar el cotejo, Castillo descubrió que el espectáculo había sido del agrado de los presentes. Esta reacción positiva, en primer instancia, lo condujo al rol de difusor de la actividad. Para ello, recurrió a que las instituciones deportivas hípicas incursionaran en la formación de equipos destinados a la práctica de esta disciplina.

Con éste envión inicial, Castillo finalizó, un año más tarde, el reglamento del deporte. El resultado fue una versión moderna, constituida por la combinación de elementos tradicionales del Pato, con algunas influencias de su pariente, el ya mencionado polo. Pero, la legitimación final se produjo cuando Roberto Noble (Sí, el fundador de Clarín), Ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, derogó la prohibición impuesta en 1822.

Para condecorar y defender la acción, el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Manuel Fresco, señaló que “en la actualidad los deportes están sujetos a las disciplinas que imponen sus reglamentaciones y dicho juego, en la forma en que se practica en la actualidad, es un deporte sano y vigoroso, similar al polo”.

Y el Pato volvió con todo a la vida pública de la entonces consolidada República Argentina. En 1941, fue creada la Federación Argentina de Pato (FAP). El ente tiene como propósito “fomentar, dirigir, y difundir el juego, organizar los torneos y velar por la aplicación de los reglamentos, a la vez que orientar y promover la crianza del tipo de caballo más apto para este propósito”. Sus integrantes fueron los campos deportivos hípicos en los que Castillo había introducido la actividad.

En tanto que, el punto máximo alcanzado por esta disciplina se dio en 1953. El entonces Presidente de la Nación, el Gral. Juan Domingo Perón, firmó el Decreto Nacional N° 17.468, que consagra al juego de “El Pato” como el Deporte Nacional, en mérito de sus tradiciones y arraigo.

Desde ese momento, lo que parecía haber sido un mal recuerdo, volvió a envolver al juego nacional.

Los siguientes pasos, hasta la actualidad, fueron cuesta abajo para el Pato. El hecho de ser el deporte nacional no fue suficiente para que se mantuviese, brillante, en la escena diaria. Si bien, nadie podía negar su fenómeno como tradición histórica de la cultura argentina, aquello que había servido para su alta difusión inicial, no estaba al alcance, ni volvería a estarlo.

Nunca más fue el Pato un deporte popular. El traslado de la vida del campo a la ciudad, ocurrida a finales del siglo XIX, fue determinante para que la disciplina se alejara de quienes habían sido sus impulsores. Sólo una pequeña parte del total de la población del país vivía en zonas rurales, el lugar donde esta actividad podía practicarse. Era imposible realizar una corrida en medio de la ciudad, y el Pato, así, quedó muy lejos de las clases populares, ya asentadas en las urbes.

Asimismo, incursionar en la práctica del deporte era costoso. Se debía contar con un caballo (Incluyendo su crianza, cuidados, alimentación y entrenamiento), el equipamiento necesario para la disciplina y, entre otras cuestiones, entrenamiento con especialistas. Además, hay que recordar que era necesario desempeñar el deporte en campos acondicionados para ello, los cuales estaban ubicados en clubes hípicos, que frecuentaban solamente las familias terratenientes e integrantes de la alta sociedad argentina.

En otro orden, la difusión mediática del Pato es nula. No televisan competencias ni las mencionan en los diarios. La publicidad que tiene la actividad es nula, como también sucede con su repercusión, ya que sólo se practica en Argentina. En el mundo existe el horseball (Versión europea del juego argento). Portugal es campeón mundial, pero las crónicas indican que los argentinos brindaron el máximo espectáculo en el certamen.

De esta manera, el Pato nunca más pudo congeniar con sus impulsores, las clases populares de Argentina. Sólo el recuerdo de lo que fue la actividad en sus inicios despertaba algún dejo de simpatía, (Sobre todo porque se jugaba con un pato vivo, algo tan increíble como gracioso).

Para esos años, otra disciplina había ganado los barrios. Llegó, a fines del siglo XIX, desde Inglaterra, y fue perfeccionada por los deportistas/artesanos locales: el Fútbol. Pero eso es otra historia.

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